Este sábado fue un día especial para Luis. Desde hace doce años tiene poco tiempo para su vida personal: a los 20 se incorporó a la policía del Distrito Federal y hoy forma parte de la Policía Federal Preventiva.

Está listo para atender al llamado de las fuerza del orden y viajar a las regiones mas inhóspitas del país.

“Tenía que haber estado esta semana en Veracruz, cuidando al Presidente, pero cancelé el trabajo para estar aquí”, cuenta sonriente, al caminar por las calles de Reforma en la marcha del orgullo gay.

Luis es casado, pero su familia es diferente. “Ser gay y panista, ah, qué pinche loca conformista”, se lee en su cartel con los colores del arco iris. Tiene una hija de once años y vive con su esposa. Sin embargo, su vida conyugal ya no incluye el sexo, y en casa habla abiertamente de su preferencia sexual. “Los panistas no aceptan la homosexualidad. En lo personal, siempre he estado con Calderón, pero no con el PAN”. Para este hombre de 32 años, los mismos que lleva celebrándose esta marcha, es un contrasentido ser gay y pertenecer a un partido que pide el clóset para la homosexualidad.

Luis no tiene complejos por ser policía y gay, dice no haber tenido problemas por expresar su preferencia y ejercer su sexualidad. En la PF ha tenido algunos romances, aunque constantemente debe desertar de ciertas juergas: sus compañeros organizan con frecuencia fiestas en zonas de tolerancia cercanas a los campamentos en que se concentran para combatir al crimen organizado. “¿Tienes miedo cuando vas de misión con la policía?”, pregunto: “No. Puedo dar la vida por un connacional, el problema es que aquí no sabes por quién te la estás jugando”, dice, tras lo cual su rostro refleja arrepentimiento.

Se despide abruptamente.

El hombre más masculino y la mujer más femenina son los extremos de la representación, de la producción de personajes en la marcha del orgullo gay. Desde las 10 de la mañana comenzó la música y la celebración que reunió a más de 400 mil simpatizantes de la diversidad sexual. No sólo los gays salieron a marchar por las calles del centro de la ciudad, también cientos de bugas, como suele referirse la comunidad gay a los heterosexuales, se solidarizan año tras año con la celebración que saca del closet a muchos, que entrega la avenida principal de la ciudad de México a gays, lesbianas, transexuales, bisexuales y transgéneros que usualmente limitan sus actividades sociales a pocas zonas de esta metrópoli de más de 20 millones de habitantes.

“Este año se respira un ambiente diferente. Hay muchos más asistentes que el año pasado, quizá por los avances que hemos tenido en la agenda de la ciudad”, dice Humberto Guerrero, quien ha participado en esta manifestación durante 30 años. Para este hombre el objetivo de la marcha debe ser político, y no sólo una ocasión para mostrar el cuerpo. “La comunidad gay, como toda la sociedad mexicana, está acéfala, no sólo de líderes, sino de individuos, es una sociedad consumista como el resto”, concluye.

Esconder el cuerpo es parte del pasado en la marcha del orgullo gay. El éxito o fracaso de los asistentes parece depender por mucho de la manera en que adornan su cuerpo o la forma en que lo han trabajado en el gimnasio para poder desnudarlo frente a la comunidad. Muchos varones aprovechan para presentarse como mujeres, sin importar las minucias estéticas. Algunas mujeres, por otra parte, parecen esforzarse por alcanzar la sobriedad del estereotipo masculino en el vestuario. Al final todo parece cuestión de preferencia para acomodarse dentro de los estereotipos ya existentes.

Cada año muchos jóvenes llegan desde diferentes zonas de la Ciudad de México y otros estados del país. “Esta marcha no tienen comparación con la de Querétaro. Esta sí es grande.”, dice Paulina, joven transgénero de 21 años que causó sensación por su atuendo de conejita de Playboy.

Sus medias de red y calzoncillos color rosa dejan ver un trasero envidiable, nutrido por el silicón. Lleva un par de botas de charol blanco que cubren sus rodillas y levantan doce centímetros su esbelta figura, para convertir su sonrisa en un misterio.

Y es que la juventud es un símbolo en la marcha del orgullo lésbico gay. Algunos miembros maduros hablan sobre el futuro político y la lucha por sus derechos. Pero muchos de los más jóvenes responden con un “normal” a las preguntas sobre sus relaciones familiares o sus ligues amorosos.

“Mi abuela encontró unas películas porno en mi cuarto, y las tiró”, cuenta Vivis, un muchacho de 21 años con rastas y maneras masculinas, a quien no le da empacho declararse bisexual.

Vivis sabe de su atracción física por los hombres pero en un futuro quiere hacer suya la normalidad familiar imperante en la sociedad mexicana, desea tener una esposa e hijos, más allá de comunidades o el derecho a la diversidad sexual que lo llevó a estar en esta ocasión sobre la Avenida Reforma.

Fuente: El Universal

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